martes, julio 05, 2005

7.La relación con los alumnos en el aula


Jordi Juste para Nipoweb
Cada vez estoy más convencido de que la actitud del instructor hacia los alumnos es uno de los elementos que más determinan el resultado final del proceso de enseñanza-aprendizaje del español en Japón. Analicemos el tema.
Miedo al gaijin... A veces cerval
Claro que lo más importante para aprender en general es la actitud del aprendiz pero, dado que esa es una variable imposible de controlar y que sabemos que en nuestras aulas de español para japoneses se agazapan, escondidos tras los verdaderos estudiantes, individuos con escaso interés en nada más que recibir el imprimatur oficial para salir a buscar trabajo, debemos acudir a las clases con una actitud más parecida a la de un profesor de enseñanza primaria que a la de un maestro lector.
Antes que nada, tenemos que hacer que nos pierdan el miedo, aunque a veces sea a costa de que nos pierdan el respeto. Hace un par de años, en una de las primeras clases del curso, le pregunté a una chica de primero algo, en japonés, detecté que estaba en la inopia, se lo dije y se echó a llorar. Y el otro día a una chica de tercero pero que tiene clase con extranjeros por primera vez, nada más sonar la campana de terminar le dio un ataque de hiperventilación por ansiedad, cayó al suelo, se puso a respirar espasmódi-camente y tuvimos que llevarla a la enfermería corriendo.
Más que simples anécdotas
Los dos casos anteriores no son sólo dos anécdotas, son ejemplos de la gran experiencia que representa para muchos chicos japoneses enfrentarse por primera vez al mundo de la universidad, en muchos casos viviendo solos por primera vez y en una gran metrópolis; y, encima, teniendo que tratar con profesores extranjeros. La mayoría superan el trance y crecen, aunque algunos no necesariamente en el sentido de asumir su papel de aprendices activos, sino simplemente de camaleones adaptados al nuevo medio, camuflados para absorber esporádicamente las oportunidades que la vida universitaria les brinde.
Con todo, a poco que uno se lo tome con calma, es fácil que se cree una corriente de buenas vibraciones, especialmente si uno asume, como mínimo en los primeros cursos, un papel más de artista de variedades que de sensei. A propósito, el otro día me dijeron, como halago, que yo era sensei-ppokunai, o sea, que no tenía pinta de profesor.
El aula como teatro cómico
Creo que si uno sabe tocar la guitarra o cantar debería explotarlo pedagógicamente. Como no es mi caso, me conformo con intentar crear una relación de confianza, a lo que estoy seguro que contribuye el que me puedan hablar en japonés si es necesario. Y, cuando estoy inspirado, hago un poco de espectáculo: me auto-parodio, me saco el cinturón y los amenazo de usarlo como látigo, suelto algún chistecillo malo y me flagelo...
Claro que no siempre todo es tan fácil y bonito: a veces uno está de mal humor y por más que lo intente no consigue sobreponerse y sólo ve al tipo que está durmiendo, al que bosteza en sus narices, al que juega con el móvil, al que mira por la ventana....Y cuanto peor está el profesor, más tensos están los alumnos, lo que crea un círculo vicioso que sólo se rompe con muchas ganas.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Es descorazonador tener que enfrentarse a un aula con gente que en realidad desearia estar en otra parte en ese momento, pero a veces aparece esa minúscula minoría or la que merece la pena dar el callo y que hace que el esfuerzo de enseñar valga la pena.

Lo que contribuya a estimular y ayudar al aprendizaje aunque sea heterodoxo es un medio legítimo también, ¿por que no?

Anónimo dijo...

Totalmente de acuerdo: el sistema laboral japonés, para los japoneses, está organizado de manera que, si no pasas por el aro de las prácticas laborales universitarias y el empleo inmediato en una empresa (trabajando de oficinista, y poco más, hayas hecho lo que hayas hecho en clase) al acabar los estudios, hace que muchos estudiantes pasen de todo. De ahí el enorme absentismo en clase, y de ahí que, en muchas privadas, casi sería más lógico dejarse del paripé y venderles el título universitario a los estudiantes y allí se las apañen vendiendo lavadoras en el Yodobashi Umeda. Para profesores extranjeros que han tenido experiencia con gente no japonesa, la experiencia de darles clases es realmente frustrante, al principio: no hay competitividad, no hay interés, no hay chispa. Al final, tienes que estar haciendo la clase algo tan de choteo, tan divertido, para mantenerles despiertos, que el nivel muchas veces llega a resentirse; o quizás uno acaba dándose cuenta de que es un docente, y no un payaso, o un presentador de un programa de televisión cualquiera.

El miedo que tienen algunas personas a hablar con extranjeros, en japón, me parece que es más un caso clínico que otra cosa. Si bien la gente es cortada, por suerte no suele pasar la cosa de quedarse en blanco, con risitas en plan "es que no se que decir". Eso cuando no se te quedan mirandote, entre cabreados y sorprendidos, como diciendo " pero por que me lo preguntas a mí??".

Son como críos. Bueno, con 18 años, en Japón, son muy inmaduros.

Anónimo dijo...
Este comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.